Mario Niebla del Toro Carrión.
Director de la Revista Escaparate
Siempre digo que Sevilla es la ciudad más maravillosa del mundo no por ser la más bella. Sólo hay que salir un poco fuera de nuestras murallas emocionales y geográficas para saber que el mundo que Dios nos ha regalado está cuajado de lugares maravillosos. Un café en la Plaza de España de Roma o pasearla de madrugada hasta ser arrollado por la Fontana de Trevi es un ejemplo de lo que digo. Contemplar la infinidad sobre la cima de una pirámide azteca en Ciudad de México, la majestuosidad natural del Machu Picchu, el imponente templo de Angkor Wat en el amanecer de la milenaria ciudad de Siem Riep de Camboya, la fiesta del Redentore en el julio veneciano o la navidad en Nueva York son muestras objetivas y tangibles de que Sevilla no es la ciudad más maravillosa o más bella del mundo. Lo que hace a Sevilla única en el mundo es lo efímero que guarda y mima como ninguna otra ciudad. Su romanticismo, su misticismo, su color y sabor especial. La importancia que en ella juega lo efímero es digno de estudio. Aquí nació, conquistó, vivió, se casó, compuso, toreó, se enamoró, escribió, pintó y murió “todo el mundo”. Lo realmente maravilloso de Sevilla son sus gentes, las personalidades que la hicieron mágica a lo largo de siglos y siglos. Sevilla es única e inigualable por la revirá de la Virgen de la Esperanza por Chapineros, por el silencio en el tendido cuando pasa algo puro en el albero maestrante, por el olor de una noche de cuaresma, por un “viva la madre que te parió” de un cochero a una flamenca fuera de abril y por los vivas por la calle Castilla un miércoles de salida con las carretas centenarias de Triana repujando sus adoquines. Sevilla es única por un chiste en el mostrador de Casa Morales, por el mercadillo cada jueves en la calle Feria, por una conversación de gracia en el mostrador de La Goleta con Alvarito “Peregil” y por el sonido de los cascos de nuestros caballos Mateos Gago arriba. Por el sabor y la luz del Parque de María Luisa pero también por las inquietudes que cocinaron en el 27 jóvenes revolucionarios de las letras en el Ateneo y que aun empapan sus paredes y su aire. Sevilla es única por la boda de Carlos V con Isabel de Portugal, por Colón y los años de la conquista de Indias o por las primeras emisiones de la radio en España desde Radio Sevilla. Sevilla es mágica por los primeros escritos con faltas de ortografía pero rebosantes de amor de Madre Angelita, nuestra zapatera más ilustre y elevada a los altares. No sólo por el olor a pavía de El Rinconcillo en Los Terceros y por el de croquetas en San Lorenzo. Sevilla lo es por la gracia de la gente del Barrio de San Bernardo y del Barrio León y lo es por Ava Gardner o Jackie Kennedy en nuestra Feria de Abril. Sevilla es así por los bocetos del joven Murillo o los borradores de poemas de Bécquer, pero también por los lamentos hechos toques de corneta de la Banda del Sol en la medianoche cada junio sevillano anunciando las Lágrimas de San Pedro en el campanario de la reina de las torres… Por esas cosas Sevilla es única. Por tener alguaciles que siguen siendo autoridad, por sus niños carráncanos, por el baile de los Seises en la Inmaculada, por mantener custodia de Roma. Sevilla es sin igual por los armaos de la Macarena. Ser armao, por cierto, uno de esos privilegios exclusivos de Sevilla que unos escogidos, Dios sabrá por qué, viven en esta fiesta que es la vida. Sevilla es, en defintiva, la Reina de los Efímero. Sevilla es tradición. Hago esta reflexión porque me viene al hilo, ya que vivimos y viviremos estos días momentos que sumarán en el balance de los tesoros intangibles y efímeros de Sevilla. Nos quedan los días de gozo, de la expansión y del recogimiento. Miradas, oraciones, sentimientos que brotarán en la soledad de nuestros adentros aun dándose en medio del gentío agolpado por cada paso, por cada rincón de esta compleja y contradictoria ciudad. Pronto Jesús resucitará para anunciarnos que la muerte no es el final y nos volverá a quedar el regusto en el paladar de nuestra alma una Semana Santa más, una Semana Santa distinta que se fundirá en nuestras retinas para no volver. Una experiencia embriagadora pero caduca que desaparecerá una primavera más para alimentar esa leyenda, ese mito, esa fama que supone Sevilla, como dije antes, Reina indiscutible de lo Efímero…