1 Nov, 2019 | cartas del director

Mario Niebla del Toro Carrión.

Director de la Revista Escaparate        

“Era un señor con bigote uniformado y loden verde que aparecía en el libro de historia porque forma parte de ella, sin más”

Escribo estas palabras en los días que es noticia la exhumación del General Francisco Franco, que coincide paradójicamente con una situación de, como mínimo, desorden público en una Cataluña que se le va de las manos a quienes tienen poder de decisión y gobierno desde Madrid a Barcelona. Yo que nací después de llover y escampar no he escuchado hablar del autócrata Franco tanto en mi vida. Nací cuando aun quedaba fresco un sentimiento franquista cercano en los comienzos de los ochenta. Pues jamás en casa se habló del General de El Ferrol, más que en las coletillas populares de aquellos años en los que se empezaba a vivir y a convivir olvidando las diferencias, enterradas precisamente por una causa común: España. Franco era el señor de la coletilla a la que mi madre acudía cuando veía algo atípico y sentenciaba: Si Franco levantara la cabeza. Yo me he criado como mis amigos, sin adoctrinamiento más que en el de la sevillanía: jugando felizmente en la plazoleta al toro, al fútbol o en mayo a hacer pasos de cofradías de barrio con palés del supermercado que cogíamos prestados con la complicidad de los reponedores y cajeras. Franco era un señor con bigote uniformado y loden verde que aparecía en el libro de historia porque forma parte de ella, sin más. Casi cuarenta años timoneó los destinos de España de una forma personalista en una dictadura, para unos popular y para otros nefasta. Yo en mi casa a mediodía no escuchaba hablar de Franco, ni a mis abuelos jamás y en una misma familia tengo dos versiones de una misma historia, por vía paterna y materna. No, no recuerdo hablar del último caudillo español como llamaban algunos. De los mediodías de mi niñez solo recuerdo el olor a puchero y hierbabuena mientras mi madre cantaba por Lole, la de Manuel. Cuando fui siendo mayor y pude viajar por mi cuenta y riesgo he tenido oportunidad de visitar muchas tumbas de personajes históricos, desde los Reyes Católicos en Granada a Los Inválidos de París con Napoléon Bonaparte, pasando por El Escorial con nuestros Reyes de España, algunos, la mayoría, en reinados de absolutismo oficial, por cierto, y no quiero dar ideas. Jamás pensé que acabaría viviendo -con una crisis económica en puertas, un desorden social en Cataluña de ataque a la unidad de España, con amenaza de terrorismo internacional, sin presupuestos para el año que empieza en dos meses largos y un etcétera que me roba la paz a mí y a cualquiera que tenga dos dedos de frente y sangre en las venas- la exhumación de un Jefe del Estado Español que murió hace cuarenta y cuatro años. Esto pasará factura, porque no han desenterrado a Franco, sino a un sentimiento franquista que estaba enterrado y bien enterrado, desde antes de yo nacer. A los que nacimos tras el espíritu conciliador de la Transición esto nos parece a día de hoy un gesto trasnochado, de irresponsabilidad histórica y política y que nos deja a los españoles en un punto de catetura intelectual de libro de Petete. Me gustaría saber si ahora, que Franco descansa donde precisamente quiso y manifestó en vida, de qué tendrán que ocuparse más nuestros gobernantes antes de resolver lo que de verdad nos importa a los españoles de nuestro tiempo. Una vez conseguido como mayor logro de este Gobierno desenterrar los restos de Franco en el umbral del medio siglo después, ¿a quién acudirán ahora de nuestro pasado para despistar la atención del Pueblo para que no caigamos en la ineptitud, incapacidad, de estos señores abanderados de la ley de revancha histórica? Ojalá se pongan a trabajar como un autónomo y pensando en los verdaderos problemas de los españoles de a pie que levantamos cada día la persiana de nuestras realidades laborales para poder vivir con meridiana dignidad. Si Franco levantara la cabeza vería desde luego como está más vivo que nunca precisamente con los que quieren borrarlo de la historia de la que es actor y parte, queramos o no, porque lo que pasó pasó y de ello lo que tenemos que hacer es aprender para no caer en los mismos errores, situando con la distancia de los años a los hechos en su contexto político. Pero pedir eso a este nivel de gobernantes, experimentados en los plagios académicos, es como querer que el propio Franco levantara la cabeza. Concluyo: Tenemos lo que nos merecemos.

 

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