4 Jul, 2022 | cartas del director

Mario Niebla del Toro Carrión.

Director de la Revista Escaparate        

“Sevilla, de gitanas y panderetas, de postal del Barrio de Santa Cruz es lo que se vendió por no acudir a quienes manejan los códigos de la ciudad”

direccion@revistaescaparate.com
@niebladeltoro

Foto: Aníbal González

El título debería ser: Yo no fui invitado al desfile de Dior. Incluso ir alargándolo hasta que perdiera su carácter de título y convertirlo en un artículo pleno de opinión. Pues me pongo a ello. Vaya por delante mi más sincera enhorabuena al Ayuntamiento de Sevilla y a su alcalde por marcarse este tanto en la proyección de Sevilla en el mundo. Escribo, por cierto, estas líneas con la alegría de ver en prensa que se presenta nuestra ciudad de nuevo como escenario de los Premios Goya que tendrán lugar en el próximo febrero. Que Sevilla cae bien no es nuevo, pero que está de moda en la acogida de grandes acontecimientos de un tiempo a esta parte es innegable. Desde aquí quiero felicitar al alcalde y a Turismo de la ciudad por la implicación en este sentido en una ciudad que sigue viviendo principalmente del turista. En este campo habría mucho que tirar del hilo, en cuanto al equilibrio, a la proporción, a la capacidad de coordinación y control y a la calidad del turismo. Como siempre digo en todas esas parcelas y sin entrar en detalles, porque tiene muchos aspectos que abordar en torno a ello, Sevilla sólo se merece calidad. Cuando se conoció que la gran casa de moda francesa hacía su presentación de la Colección Crucero 2023 en la Plaza de las Plazas de Sevilla, la que en tiempos de Alfonso XIII hiciera el genio de Aníbal González, fue un subidón emocional. En ese momento decidí no hacer nada por estar ahí. Pasado el acontecimiento me he alegrado de no haber descolgado un teléfono a ninguno de las entidades, instituciones o personas que me podrían quizás dar acceso al ansiado evento para muchos. “Había que estar” he leído en algún sitio. No estoy de acuerdo. Tuvo que estar quien tenía que estar y no tenía que estar quienes no tenían que estar, por no representar la excelencia de la ciudad de Sevilla en todas sus vertientes sociales. De momento, tenía que estar organizado por personas conocedoras de Sevilla. El desfile de Dior y sus actos paralelos en torno a él fue en resumen un evento de guiris para guiris. Desde los impecables sombreros de Fernández y Roche, maestros sombrereros internacionalmente reconocidos,
puestos con los barbuquejos por fuera, colgones, tallas más grandes de las que tenían quienes los mal lucían, pasando por las calzonas de trajes de cortos hasta los talones con zapatos. El bailaor estrella, de fuera, como si en Sevilla no estuviera la familia de los Farrucos. Todo fue un topicazo de turistas para
turistas, sin contar para ello con nadie de Sevilla, que conociera y dominara sus códigos “desde dentro”. Cuando se hace un acontecimiento en una ciudad, no sólo se debería limitar a mi modo de entender a usar un espacio imponente, monumental, histórico, sino contar con el alma de su ciudad que es su gente.
El desfile de Dior fue un canto bonito, con espléndida puesta de flores, mal iluminado, con trajes largos arrastrados sin moqueta, hecho por y para guiris. Pocos y mal elegidos en su mayoría eran los invitados locales, la mayoría fruto de golpes de teléfonos al consistorio de Plaza Nueva 1 y a instituciones y arrastramiento como croquetas sobre pan rayado con tal de estar. Ganas no me faltaban de estar, pero visto lo visto, era necesario que me quedara con las ganas para poder analizar desde fuera lo que
había sido el caso Dior en Sevilla. Contadas salvedades, como la del alcalde, impecable vestido para la ocasión y con toda la lógica del mundo presente con algunos miembros de su equipo municipal en materia de turismo; mi querida Raquel Revuelta, porque ella es la pionera en el mundo de la moda en la ciudad; y con la alegría de ver entre los asistentes a la sevillanísima icónica Rocío Peralta o al ejemplar empresario y embajador de Sevilla en el mundo que es Enrique Ybarra con su esposa, la italiana
más sevillana y siempre impoluta vestida Alexandra Hoffer. Me alegré de ver a la sevillana María León y, por supuesto, a Eugenia Martínez de Irujo con la guapísima y andalucísima en la práctica de su hija Cayetana Rivera. La sociedad de Sevilla, con estas salvedades, fue la clara ausente. La sociedad de
Sevilla más auténtica no estaba presente. No hablo lógicamente de mí que hasta hace poco más de tres lustros no existía en sociedad. Ni hablo de la más rancia Sevilla de la vieja España. Hablo de la que representa la sociedad más “in” de nuestra ciudad, que es a la que debería haber acudido los responsables de la Maison Dior. Luego me enteré que se había confiado todo a una empresa catalana y orquestado todo desde París, por lo que poco margen de autenticidad podía colarse en matices que
faltaron claramente en esta cita. Colarse sí que se colaron una legión de arribistas con aspiración de cumbrera socialmente. Eché en falta a los laureados diseñadores Victorio y Lucchino, a la anticuaria y escenógrafa Ana Abascal o su hija Patricia, a las internacionales y sevillanísimas Sol y Luna Medina de
Orleans e Bragança, a toreros, como Rivera Ordóñez, que prestó sus trajes y no fue invitado y a artistas andaluces de distintas disciplinas que representen la intelectualidad de esta cuna del esteta que Sevilla y Andalucía. A conocedores de la sociedad sevillana decanos, como el maestro de las relaciones públicas
Carlos Telmo y un etcétera bastante extenso de personajes representativos de nuestra sociedad más premium. Ya no hablamos de clientes leales, como mi querida Carmen Lomana,a la que se le privó de asistir, siendo leal y embajadora altruista de la marca de lujo desde hace décadas. En cambio, pude ver
por redes, cual vieja del visillo y copa en mano, a muchos que o han entrado en una tienda de Dior, ni siquiera en un córner de El Corte Inglés para coger muestras gratis. La verdad es que mi indignación y mi risa siempre fueron empatando de la mano hasta días después. Los memes rápidamente corrían como la
pólvora y, como siempre pasa en esta tierra de Rinconete y Cortadillo, todo nos lo llevamos al terreno del humor. Nos reímos hasta de nuestra sombra. Una estampa, en cualquier caso, poco auténtica de unos cuantos que estuvieron en la gran cita de la moda en Sevilla por muchos años. Una oportunidad perdida para los “influencers” y personalidades internacionales asistentes para conocer Sevilla como un sevillano. Todo se convirtió en un parque temático carente de verdad, donde no faltó hasta la mujer de un ex alcalde de Sevilla, por cierto y cómo no. Eché en falta a la mujer del presidente de los andaluces que siempre va hecha un pincel. Desconozco si estaba invitada y le dedicó la noche de aquel jueves de Corpus a Alejandro Sanz. Las personas que utilizaron de enlaces en la ciudad tampoco eran sevillanos.
Eso explica muchas de las cosas que derivaron. Son de esos que confunden una romería con una feria y hablan de nuestra Semana Santa como un acontecimiento plástico y fanático melancólico, fuera de cualquier verdad absoluta que lo sostiene. Sevilla, de gitanas y panderetas, de postal del Barrio de Santa
Cruz es lo que se vendió por no acudir a quienes manejan los códigos de Sevilla, como en cualquier lugar del mundo. Esta crítica me sirve para dejar para la edición próxima mi canto al verano y volver a mi rutina de hablar de la espuma y la nata amable de la actualidad social. Este mes me apetecía hablar de esto. Yo no fui a Dior y eso que “había que estar”.

 

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